Argentina tiene desde este año a su primera santa: la santiagueña Mama Antula. ¿Podrá seguir ese camino la tucumana Elmina Paz? Alicia Fraschina afirma que sí y hay que hacerle caso, porque conoce cómo marchan estos procesos “desde adentro”. Antes de que Jorge Bergoglio se convirtiera en Francisco, designó a Fraschina como perito historiadora de la comisión que llevó adelante el caso de Mama Antula. Y fue una victoria resonante.
Fraschina es Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y llegó a Tucumán con una misión: hablar de Mama Antula y de Elmina Paz (la Madre Elmina) como “dos mujeres del norte argentino transformadoras de la sociedad”. En la Facultad de Derecho compartió el panel con María Haydée Herrera y con Mariana Zossi. Queda claro que a Fraschina le encanta la idea de pensar en un hermanamiento de estas figuras, unidas por mucho más que la santidad.
- ¿Cómo se justifica eso?
- Realmente Mama Antula y la Madre Elmina son hermanas. No porque tengan el mismo apellido o vengan de la misma familia, sino porque fueron parecidos los contextos en los que surgieron y las actitudes que tomaron a lo largo de su vida. Además, está la cuestión de las vocaciones, eso me encantó y por eso pienso que podemos hablar de ambas como en espejo.
- ¿Cuáles son esas similitudes?
- En el caso de Mama Antula, su primera vocación fue ser beata de la Compañía de Jesús. Entonces ingresa a los 15 años en el beaterio que tenían en Santiago del Estero, pero cuando se produce la expulsión de los jesuitas el beaterio se cierra y por culpa de ese contexto histórico catastrófico ella tiene que tomar otra opción para su vida. Ahí comienza una segunda etapa, cuando hace algo absolutamente novedoso. No hay ninguna otra mujer en toda América que haya hecho algo parecido: salir y organizar los ejercicios espirituales.
- ¿Tan impactante fue esa decisión?
- Muchos me preguntan cómo se le ocurrió semejante cosa en una sociedad patriarcal, donde la mujer tenía que elegir entre el matrimonio o el monasterio o quedarse soltera. Ella lo que hace es leer la realidad; dice “acá hay una falta de pasto espiritual terrible”. Al irse los jesuitas, las inmensas obras que habían hecho quedaron destruidas y Mama Antula, que había pasado más de dos décadas en el beaterio, lo que sabe es organizar los ejercicios. Ella no los da porque a la mujer no le estaba permitido hablar en público, pero se las ingenia. Va pidiendo licencias y lo que hace es organizar la casa; consigue limosna y alimentos para mantener a entre 200 y 300 ejercitantes en las tandas que se dan cada 10 días. Tiene éxito y sigue adelante con eso.
- ¿Y en el caso de Elmina Paz?
- Con la Madre Elmina podemos hacer un paralelo porque su primera vocación fue el matrimonio. Tras la muerte de su marido toma una segunda opción, que es la que conocemos: dedicarse a ayudar y a criar a los chicos huérfanos, y desde allí a crear una congregación. Mama Antula nunca armó una congregación, a pesar de que vivió en una época en la que empiezan a llegar congregaciones desde Europa. Lo que ella crea es un beaterio; es decir, un grupo de mujeres laicas consagradas. También mantiene una fuerte presencia jesuítica, a pesar de que estaba prohibido nombrar a Ignacio de Loyola. Lo que veo es que obedece a su consciencia.
- Eran mujeres muy especiales...
- Eran obedientes, pero no sumisas. No es que Mama Antula hacía todo lo que le decían desde la jerarquía eclesiástica; practicaba el discernimiento y se daba cuenta de qué es lo que Dios quería para su vida. Eso es un don y lo aclara bien Francisco en su encíclica sobre la santidad. A mí me interesó porque es una mujer con fuerte personalidad, que sabe leer los signos de los tiempos y se da cuenta de qué tiene que hacer. Vive en estado de misión toda la vida; como San Pablo, se la pasa mirando siempre para adelante y con una misión concreta.
- ¿No se le notaban flaquezas?
- En sus cartas nunca se lamenta de lo que había perdido; habla de lo que pasará de ahora en más, de la próxima ciudad, de la próxima casa, de cómo la organiza. Hay otro paralelo ahí con Elmina Paz, en esa certeza de adónde tenían que ir. Elmina quemó las naves, dejó su núcleo familiar e hizo algo muy parecido a Mama Antula. Son mujeres que entregan su vida a Dios, ya no procuran una satisfacción personal, sino que están todo el tiempo buscando cuáles son las necesidades del prójimo para dar una respuesta. Las dos logran conformar grupos y redes en torno a ellas.
- ¿Cree que el proceso de canonización de Elmina Paz será exitoso?
- Sí, creo que se va a dar porque cumple uno por uno todos los requisitos que actualmente se esperan para que una mujer sea santa. La Madre Elmina es una mujer que se entrega, que sabe leer los signos de los tiempos, que sabe virar cuando tiene que hacerlo. Ella podía haberse quedado viuda, vivir tranquila, pero sin embargo ve la necesidad del otro y sale de ese estado de confort en que podía haberse mantenido el resto de su vida. Por eso me encanta la idea de hermanarla y de compararla con Mama Antula. De aquí en adelante voy a leer más sobre la Madre Elmina y seguramente con Cynthia Folquer, con quien comparto mi tarea de investigadora, escribiremos algo juntas.
- ¿Cómo se fue dando su relación con Mama Antula?
- Comencé mi investigación en 1995, acababa de terminar mi tesis de licenciatura sobre las monjas de clausura y debía pensar un tema para mi tesis de doctorado. Una amiga historiadora me dice: “andá a ver a Félix Luna, que tiene la revista ‘Todo es historia’. Llevale un artículo y seguramente lo va a publicar”. En aquel momento lo mío era muy novedoso, ya se estaba haciendo en Europa, en México y en Perú, pero no acá. Era septiembre y él me avisa que iba a salir como nota de tapa, pero después lo postergó por que en octubre tenía el aniversario del 45. Lo pasó para noviembre y me acuerdo de que fui a verlo enojada y le dije que Mama Antula no era monja, era beata, y le hablé de las laicas consagradas que se dedicaban a cuidar al enfermo, al pobre, al leproso. Entonces él, que era una persona encantadora, me dijo: “Alicia, usted tiene que estudiar e investigar la vida de esta mujer”. Ahí me marcó, cuando llegué a mi casa me dije: “claro, tengo que acoplar el tema de mis monjas con el de las beatas y cubrir la entrega religiosa de las mujeres de Buenos Aires”. Con eso hice mi tesis de doctorado. Después encontré a la María Antonia que termina siendo santa, o sea en su camino hacia los altares, toda la veta hagiográfica.
- ¿Cómo fue la experiencia en la Universidad de Buenos Aires?
- Mi directora de tesis fue Asunción Lavrin, que es la maestra del tema en el mundo. Ricardo Cicerchia, el codirector, me enseñó la parte estructural de la tesis, lo único que él sabía de religiosidad fue por haber sido monaguillo cuando tenía siete años. Ricardo me introdujo en el mundo de la UBA, que es muy especial y yo lo amo porque es de una diversidad increíble. Justamente, me invitaron a dar una conferencia hace 15 días en la Facultad de Ciencias Económicas y decíamos: “bueno, van a venir siete personas”. Pero nos desbordó el lugar, quedamos rodeados de alumnos sentados en el suelo. Me encanta acceder a otros públicos, no siempre a la misma gente. No hay que pescar en la pecera.
- ¿Por dónde pasó la investigación?
- Me tuve que ir para atrás y empezar a hablar de las beguinas, que son las mujeres que en el norte de Europa comienzan este estilo de vida. Hacían una vida individual, la mayoría hilaba para ganarse la vida. Cuidaban enfermos, recogían leprosos en las calles y hablaban en lengua vulgar en las plazas. Hablaban del Evangelio. Eso fue una revolución; claro, algunas terminaron en la hoguera. Mama Antula se inscribe en esa tradición de mujeres laicas que le dedican la vida a Dios a través de la ayuda al prójimo.
- Pero también está su legado en cartas; ¿cómo se lo rescató?
- Mama Antula formó parte de un triángulo epistolar entre Córdoba, con Ambrosio Funes; ella desde Buenos Aires; y el padre Gaspar Juárez, un ex jesuita de Santiago del Estero que estaba expulso en Roma. Durante 20 años se escriben todo el tiempo. Las cartas de Mama Antula se conservan en Roma porque el padre Juárez las guardó. Cuando él las recibía lo que hacía era recortarlas, sacando cosas que podían no interesarles a otros, traducirlas al italiano y repartirlas. Esas cartas circularon entre los jesuitas que estaban viviendo en Roma y en otras ciudades cercanas, porque habían sido expulsados de todo el mundo, y hasta en Rusia.
- ¿Y de allí en más?
- Los franceses las traducen al francés; los ingleses al inglés; los rusos y los alemanes al latín. Las cartas circulan por toda Europa en vida de ella. Pertenezco a un grupo de investigadores de habla inglesa que trabajamos el tema de las religiosas de los siglos XVII y XVIII; armamos un libro y un capítulo lo escribí yo, justamente sobre Mama Antula. Hace poco uno de los investigadores encontró en un archivo unas cartas que hablaban de una american lady, la dama americana. No cabe duda de que era ella, entonces le expliqué cómo funcionaba todo. Lo que este historiador comprobó es que se daba realmente un vínculo entre los jesuitas expulsos e Inglaterra. Mama Antula consigue en vida algo que no sé si alguna otra mujer logró.
- Por otro lado estaba la función que cumplían estas laicas consagradas. ¿Por qué eran importantes?
- Son mujeres útiles porque recogen aquel sector de la sociedad del que nadie se ocupaba: los enfermos, los negros, los indios que andaban por la calle. Ellas los cuidaban hasta que se morían; los amortajaban y los enterraban. Cuando conté en la Universidad de Lovaina (Bélgica) que en el sur de América, en el siglo XVIII, una mujer salía con su carrito a buscar comida para los ejercicios -y en realidad lo que hacía era predicar- no me creían, me ponían una cara como diciendo que los estaba cargando.
- ¿Por qué demoró tanto la canonización?
- En 1998 comenzó la segunda etapa del proceso. El primer paso se había dado en 1905, pero quedó cortado, además hubo once postuladores, todos con problemas. Después vinieron las guerras... Pero a mediados del siglo XX los jesuitas transcriben todas las cartas de ella, eso es fantástico porque se dan a conocer, pero no masivamente.
- Justamente, algo de lo que usted se ocupó.
- Hice una selección para que la gente pueda leer a Mama Antula en sus palabras, porque la están tergiversando mucho, la están cambiando y convirtiendo en otra persona que no fue. Entonces creo que lo mejor que puedo hacer es darle esto a la gente en un libro no muy grande, que sea accesible también económicamente. Hice una introducción de unas 40 páginas y después están las cartas.
- Volvamos a la canonización, ¿cómo se sumó al trabajo y cuál fue su rol?
- Jorge Bergoglio me nombró perito historiadora de la comisión. Yo me había acercado a la casa de ejercicios buscando fuentes para mi tesis doctoral pero hay muy poquitas de la época de Mama Antula. Lo que explicaban las hermanas en aquel momento es que cuando se presentó todo el papeleo a la Curia para la causa de canonización nunca volvió a la casa ese material. La Curia fue quemada en 1955, en la época de Perón, después del bombardeo a la Plaza de Mayo. Sospechan que ahí se perdió el material. Después, en el Archivo General de la Nación encontré documentación, por ejemplo cartas de ella a los virreyes. Hay una muy interesante que le escribe desde Córdoba al virrey Cevallos, en la que le explica lo que está haciendo. Es buenísima esa carta porque apela a las tretas del débil en su escritura; ella se autodenomina mujer y ruin. Ella sabía que no era ruin, pero es lo que había creado Santa Teresa de Jesús en su escritura para que la lean y no la rechacen.
- ¿Tuvo que encontrar nuevo material?
- No me pidieron muchas cosas como perito historiadora, pero el padre Guillermo Karcher, que es un argentino que fue a estudiar liturgia a Roma y es el que nos abre la puertas para ir a ver a Francisco, me llamaba por teléfono todos los días. Yo tenía fotocopiadas las cartas de Mama Antula y cuando me consultaba yo le decía en qué legajo del archivo estaban. Así nos ayudamos mucho.
- ¿Cómo vivió aquel momento en El Vaticano?
- Fue maravilloso al cabo de tanto trabajo. Creo que ni siquiera me había animado a soñar con cómo iba a vivir ese día. Además fue una semana de festejos. Dos días antes organizaron una conferencia en el Aula Magna de la Universidad Gregoriana, la de los jesuitas en Roma. Yo era la invitada y al lado mío había tres cardenales hablando de Mama Antula como de “la grande maravilla”. Al día siguiente nos recibió el Papa, estuvieron mis familiares ahí. Francisco estaba exultante, no usó ni silla ni bastón ese día, entró caminando y sonrió todo el tiempo. Nos dio la mano a cada uno, fue hermosísimo, y habló de Mama Antula como una mujer que todavía hoy sirve de ejemplo.